Día 22, lunes 22 de enero
Para el viaje de regreso a San José, Juan tiene una recomendación especial: un camino, tan secreto, que en realidad no existe. Este es más bien un sendero trillado por cañas de metros de altura que no ha sido utilizado desde hace décadas. Aquí sólo compás y machete son de gran ayuda. Y como ya se sabía, este camino finaliza en Río Toro Amarillo. Los cuatro pan-tásticos divisan la calle, que ellos realmente buscaban, en la orilla opuesta. Que bien que nuestras mochilas eran, en realidad, algo así como 50 litros de barriles de sidra con asas y tirantes. Por lo tanto, los flotadores perfectos para motocicletas de todo tipo.
De manera impresionante, uno convenció al bamboo, que estaba presente ahí, por medio del machete a cooperar en la construcción de una balsa. Bajo la experta dirección de Gerardo como marinero aficionado y experto en nudos, se cargan las motocicletas, se anudan y finalmente se amarran.
Con el cuello hasta el agua, los cuatro tratan de mantener la balsa sobre el río. Un cuarto de hora con miedo: puesto que podrían haber pirañas en el río. O posiblemente el hermano mayor de 4 m de largo del cocodrilo-Mickerling encontrado la noche anterior. Todo salió por suerte bien, ya que no había ninguno de los dos. Por lo contrario, la corriente era más fuerte y salvaje de lo que parecía desde la orilla, y como los cuatro luchaban, tiraban y jalaban, a veces con la barbilla en el agua fangosa, les quedó claro por qué este río se llamaba toro amarillo.
Pero bueno – ya que están acostumbrados a desafíos permanentes y les han tomado cariño a este tipo de actividades bajo el agua, se ponen a trabajar relajadamente y de buen humor. De esta manera los cuatro pan-tásticos logran, gracias a la ingenería sofisticada y al trabajo en equipo de alta precisión, llegar en el momento adecuado a la carretera al otro lado de la orilla. Y desde ahí de vuelta a San José, donde se hizo rápidamente un descanso y se empezó a roncar.