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Parte 5 - Vámonos sobre el hielo

Las motos marchan, la ruta está abierta. Los clavos de las ruedas se abren camino por las calles de Tuktoyaktuk. Acá las calles, como todo, están cubiertas de nieve. Hoy las condiciones para conducir son excelentes. Saludamos al alcalde, luego salimos de la ciudad pasando por el cementerio con dirección hacia el Mar de Beaufort, hacia la Ruta del Hielo. Una ruta con muchas curvas, nunca recta, siempre esquivando algun obstáculo de nieve o hielo. Parece que alguien se divirtió cuando construyó la ruta. ¿Y cómo es el manejar acá? Preguntemos a los muchachos que lo hicieron:

PAUL: “Con clavos en las ruedas, la moto es mucho más difícil de manejar y la velocidad máxima posible es de 60 km por hora. La Ruta del Hielo es, por su naturaleza, poco plana y en todas partes vas a encontrar hoyos, grietas y ranuras.“

PETER: “Para mí, las condiciones en la Ruta del Hielo son mucho mejores de lo que había imaginado. No había pensado que con clavos íbamos a ser tan rápidos sobre el hielo.

Pero siempre tienes que estar dispuesto a frenar; a veces, la ruta es muy desnivelada, especialmente donde la Ruta del Hielo conduce al mar abierto. Manejar sobre el río fue mucho más suave.“

WOLFGANG: “Es como manejar una bicicleta de montaña en la playa. Supongo que será por los clavos largos en las ruedas. Cuando surgen grietas en el hielo sobre la ruta es muy complicado conducir. Si la rueda delantera se desliza dentro de una de ellas, la moto trata de seguir la dirección de la grieta. Tienes que esforzarte para salir de allí. Por lo demás, se puede conducir bastante bien.“ En todo caso, todos pueden experimentar la sensación térmica de 35 grados bajo cero y 60 kilómetros por hora.

¿Qué ponerse a 57 grados bajo cero?

Aparte de los detalles, en cuestión de ropa todos estaban de acuerdo: el principio de cebolla. Varias capas de algodón transpirable y lana de calidad, todo combinado con camisas de mangas largas. Encima de todo eso, la parka Canada Goose Resolute. Medias de lana dentro de unas botas apropiadas para la antártida. La cabeza protegida por un pasamontañas, encima una gorra de lana, a veces combinado con la capucha de la parka. ¿Y las manos? Los guantes para hacer snowboard resultaron ser los mejores. Abrigan, pero con suficiente sensibilidad para los dedos. Todo esto alcanza para cuando no estás manejando una moto. ¿Pero qué se pone un motociclista de mundo para viajar sobre el Mar Ártico, con velocidades de hasta 60 km/hora y un viento de marcha que no deben subestimarse? Menos mal que trajimos los overoles de Aerostich. Estos modelos, diseñados especialmente para la expedición de W&W, fueron una capa más imprescindible dentro de nuestro ropaje estilo cebolla. Pero hubo una dificultad que no habíamos considerado antes: las manos. Claro, teníamos guantes. Guantes que prometieron proteger contra todo tipo de clima. Las motos disponían de deflectores especiales contra el viento y calefacción en los puños. No suena tan mal. Pero estuvo lejos de ser suficiente. Nos dimos cuenta de eso después de los primeros kilómetros. Al principio es el puro placer. Aún más: es impactante. La ruta, el hielo, el paisaje, la vastedad, la blancura infinita – dejando de lado pequeños detalles como dedos fríos.

Pero no puedes negarlo por mucho tiempo. El frío entra a tu cuerpo con cada kilómetro recorrido, abriéndose paso por todas las capas de la cebolla. Manillares con calefacción retardan el proceso, pero llega el momento cuando el frío empieza a comerse los dedos. Al prinicpio sólo duele un poquito. El hombre dentro de ti sigue conduciendo. El dolor aumenta. Y de repente, desaparece. No porque el frío se haya ido, sino porque tu cuerpo empieza a desconectarse del dedo. Y sólo cuando, como en nuestro caso, a la moto se le acaba la gasolina y se tiene que parar para rellenar el tanque y por tal motivo te cambias los guantes, quizás te das cuenta de que uno o dos de tus dedos ya tienen primeras aparencias de congelación. Parece un buen momento para terminar la salida de hoy y llevar las motos y los dedos a algun lugar con calefacción. Pequeños trabajos técnicos. Grandes trozos de bistec. Buenas noches.

Unos dedos más, unos dedos menos…

Buenos días. Los dos dedos no se sienten tan bien. Por fuera entumecidos, por dentro un dolor pulsante. La piel tiene un tono amarillento-blanco y exangüe. Un poco como una quemadura. Pero los ocho dedos restantes todavía siguen intactos. Así que nuevamente a las motos, a la Ruta del Hielo. La misma temperatura como siempre. Hoy salimos tarde, ya son casi las diez de la mañana. Pronto, el sol va a salir por completo matando esa luz irreal que es tan característica en este lugar. Pero la oscuridad no dura tanto como lo habíamos pensado, y esto en pleno invierno. La diferencia es el largo amanecer. Mucho antes de que se vaya la noche, el cielo empieza a relumbrar en un azul oscuro y extraño. Como si detrás del cielo alguien hubiera encendido una lámpara. Una lámpara que se enciende muy despacio. El aire congelado también parece resplandecer. Una luz irreal y misteriosa.